El gobierno de la Comunidad de Madrid ha destinado una partida de 525.000 € para subvencionar parcialmente tratamientos psicológicos destinados a colectivos vulnerables, tales como familias monoparentales, víctimas de violencia de género y personas de la tercera edad. La subvención puede llegar a cubrir hasta el 75% del tratamiento. Un paso más en el acceso generalizado a la asistencia sobre salud mental.
La deficiente cobertura pública de la salud mental y psicológica en nuestro país es todo un problema. El ratio de psiquiatras en España, dentro de la seguridad social, es de 9,27 por cada 100.000 habitantes. Lejos de los 15 que fija la O.M.S. (Organización Mundial de la Salud) para prestar un servicio mínimamente efectivo. Países de nuestro entorno como Francia o Alemania tienen 23 y 28 profesionales de este tipo, respectivamente, en sus sistemas públicos de salud.
El ratio de psicólogos clínicos y de psicoterapeutas en la sanidad pública no varía mucho. Se calcula que se necesitaría el doble de efectivos de los que se dispone actualmente.
Como consecuencia de ello, cualquier persona que sufra una enfermedad mental o padezca un trastorno de tipo psicológico, no tiene más remedio que recurrir a la asistencia privada para afrontar la situación. Esto supone un desembolso económico importante y una barrera para aquellas personas que tienen menos recursos.
Los psicólogos de Canvis, un centro de psicología de Barcelona, formado por profesionales con una larga trayectoria en el sector, nos comentan que además de las ayudas públicas, determinados centros docentes privados y universidades internacionales de gran prestigio ofrecen ayuda profesional parcialmente subvencionada a determinados colectivos.
Una ayuda que viene a facilitar el acceso a terapias a personas que más dificultades tienen para hacerlo.
Requisitos para acceder a los tratamientos subvencionados.
Hemos visitado varios portales públicos y algunas webs de gabinetes psicológicos que ofrecen tratamientos subvencionados para conocer las condiciones con las que se accede a estas ayudas. Lógicamente, cada subvención tiene sus criterios de acceso. Pero, podemos decir que la mayoría de ellas siguen unos patrones parecidos. Estos son los beneficiarios habituales de estas ayudas:
- Personas en riesgo de exclusión social o con bajos ingresos económicos.
- Estudiantes con pocos recursos.
- Parados inscritos en los servicios de empleo de las comunidades autónomas.
- Personas con invalidez o incapacidad reconocida.
- Personas con discapacidad física o mental superior al 33%.
- Familias que tienen varios miembros en paro.
- Familias monoparentales y mujeres con hijos a su cargo.
- Pensionistas.
Con estos tratamientos se pueden abordar situaciones clínicas como la depresión, la ansiedad, el estrés, las fobias, el aislamiento social, etc.
Con frecuencia, las autoridades públicas y algunas fundaciones privadas ponen en marcha programas que buscan prestar asistencia a personas que están sufriendo un duelo por la pérdida de algún ser querido, que les está dejando grandes secuelas psicológicas y/o mentales.
Al mismo tiempo, es normal, que los servicios sociales pongan en marcha planes de ayuda para mujeres que hayan sido víctimas de malos tratos y personas que hayan sufrido abusos en la infancia o en la adolescencia. Estos programas incluyen tratamientos de corte psicológico (terapias) que ayudan a que la persona pueda superar la situación traumática y rehacer su vida de la mejor manera posible.
La mayoría de estos programas tiene un enfoque integral. Desde ellos se abordan diferentes aspectos de la vida. Como la incorporación al mercado laboral, impartiendo cursillos y ofreciendo orientación para que la persona pueda valerse por sus propios medios; asistencia social, por medio de trabajadores sociales; y desde luego, la asistencia psicológica.
Vamos a verlo en algunos sectores en concreto.
Familias monoparentales.
El concepto de familia ha evolucionado considerablemente en las últimas décadas. Hoy tenemos varios tipos de familia distintos. Una de las más habituales, y también de los más vulnerables, son las familias monoparentales. En el 80% de los casos, estas familias están encabezadas por mujeres.
El origen de una familia monoparental puede ser diverso; sin embargo, el caso más habitual es el de antiguas parejas que se rompieron y que, en los hechos, quien pasa a encargarse de los hijos es la mujer.
La mujer da apoyo vital y sustento económico a estas familias. Cumple el rol de padre y de madre al mismo tiempo. Es la columna vertebral del núcleo familiar. Si la mujer sufre algún trastorno psicológico sobrevenido, como puede ser ansiedad o depresión, la estabilidad de la familia se tambalea. Esto requiere una intervención inmediata. Sobre todo, cuando hay niños pequeños de por medio.
El aspecto económico cobra una relevancia especial en estas familias. Las mujeres, a día de hoy, en España, cobran de media un 20% menos que los hombres. El porcentaje de temporalidad es 10 puntos superior al de los varones.
Esto indica que si en una familia monoparental, uno de los miembros tiene que someterse a un tratamiento psicológico privado, de pago, que suele ser el más habitual, se dispone de muchos menos recursos que en una familia encabezada por una pareja en la que los dos trabajan. El simple hecho de que el niño tenga que acudir a sesiones semanales con un logopeda obliga, en muchos casos, a replantearse el presupuesto familiar.
La familia monoparental es un fenómeno particular en sí mismo. Una realidad social diferente a otros tipos de familia. Cuando estamos hablando de problemas de salud, la atención y ayuda que requieren es superior a la que necesitaría la familia tradicional.
Tercera edad.
La soledad es el mal silencioso en la tercera edad, actualmente. Una de cada dos personas mayores de 65 años vive sola. Una de cada tres afirma sentirse sola con frecuencia.
La soledad no es una enfermedad mental, pero sí es un ambiente que favorece el desarrollo de trastornos psicológicos, mentales y neuronales. En la tercera edad, el hecho de vivir solo va unido a la evolución de ciertos problemas de salud propiciados por el avance de la edad. Uno de los más frecuentes es la pérdida de movilidad.
La persona percibe que determinadas actividades de la vida cotidiana le cuesta más hacerlas. Esto hace que vaya mermando su autoestima. La situación que más angustia a una persona mayor que vive sola es la posibilidad de que le suceda un traspié de salud, estando sola en casa y que no tenga a nadie a su lado que le ayude. Esto le puede generar ansiedad y conducirle a un aislamiento social progresivo.
Un suceso que suele afectar bastante a las personas mayores es la defunción de su compañero. Este escenario genera, en algunas personas, duelos difíciles de superar. A la pérdida del ser amado, se le suma la irrupción de una nueva situación que la persona ha de encarar cuando no pasa por el mejor periodo de su vida.
La gestión del día a día, que antes la enfrentaba la pareja. Ahora, la parte que no ha muerto, lo tiene que hacer, pasando la mayor parte del tiempo sola.
La asistencia psicológica es parte integrante de crear las mejores condiciones posibles para que la persona pueda pasar con dignidad la última etapa de su vida.
Parados de larga duración.
Un artículo publicado en el periódico El Confidencial afirma que el paro de larga duración afecta a la salud mental. Genera estrés, falta de concentración y agudiza la baja autoestima.
La prensa se hace eco de que el paro en nuestro país va disminuyendo progresivamente. Seguramente, a un ritmo más lento del que nos gustaría. Pero, por mucho que se cree empleo, existe un segmento de la población, entre los 52 y los 65 años, que son objeto de largos periodos de desempleo. Digamos que es un problema enquistado en el mercado laboral.
Las personas mayores de 52 años, da igual al sexo al que pertenezcan, viven en un limbo social. Aunque la inmensa mayoría de ellos tienen una nutrida experiencia laboral, no resultan interesantes para las empresas.
Tienen conocimientos, pero no tienen la energía que un chico de 20 o 25 años. También les cuesta más adaptarse a los cambios tecnológicos. Por otro lado, aunque no se habla mucho de ello, son más reticentes a aceptar determinadas condiciones de trabajo que puedan ser, en cierto modo, abusivas.
Aún están en edad de trabajar, pero tienen dificultades para encontrar trabajo.
Esta situación de incertidumbre en la que viven, les genera ansiedad y desasosiego. Les lleva a que se sientan inservibles, tirando por el desagüe todas las contribuciones que han hecho a lo largo de su vida. En ocasiones, les conduce a una apatía y a un abandono que raya algunos de los síntomas de la depresión. Y les puede conducir a un cierto aislamiento social.
No podemos decir que en todos los casos estás personas estén desamparadas económicamente. Algunas de ellas se han hecho con ahorros que les permiten sobrevivir y otros reciben ayudas y subsidios sociales. Pero el hecho de que vinculemos socialmente la vida con la productividad suele dejarles secuelas.
Subvencionar los tratamientos psicológicos a todos estos colectivos, aunque sea parcialmente, contribuye a que mejoren sus condiciones de vida y que puedan superar problemas que, a menudo, se convierten en un lastre personal.